Todos queremos y necesitamos sentirnos seguros.
De eso quiero hablaros, pero antes de avanzar quiero consensuar lo que entendemos por bienestar y por felicidad, dos aspiraciones extraordinarias de todo ser humano.
Sin embargo, ¿para tod@s significa lo mismo bienestar? Y ¿felicidad?
No es lo mismo bienestar que salud, aunque ambos conceptos tienen que ver con múltiples factores: Sociales, económicos, culturales, biológicos, genéticos, etc. Y existen muchos “generadores” diferentes de bienestar: el deporte, la conciliación de la vida familiar y profesional, el reconocimiento, la alimentación, la formación, etc. De hecho, cada motivo es percibido y “vivido” de forma diferente por cada individuo, incluido uno de los factores más destacados: el ambiente de trabajo.
Pasamos la mitad de las horas que no dormimos trabajando. Miles y miles de horas en el transcurso de una vida laboral. No resulta, por tanto, descabellado pensar que las organizaciones empresariales, las compañías deben hacerse cargo de todos aquellos aspectos que, dependiendo de ellas, directa o indirectamente, faciliten el bienestar y la salud de sus
empleados.
En ocasiones asemejamos el término bienestar a felicidad y lo tratamos como si fuera un continuo. Sin embargo, a mi modo de ver, la felicidad tiene que ver con la posibilidad de conseguir el mayor número de “momentos”, de vivencias, felices y conseguir que el espacio temporal entre ellos sea lo más corto posible.
No entiendo pues la felicidad como un estado permanente que pueda alcanzarse de forma estable, todos tenemos momentos “no felices”.
Partiendo de esa premisa las personas no tenemos como objetivo ser felices constante y permanentemente, pues no parece un objetivo posible ni acorde con nuestra estructura neurológica y cultural. Por tanto, también podemos aplicar este principio al mundo del trabajo, en el que solo vamos a encontrar “una parte” de nuestra felicidad.
Según Patrick Lencioni, todas las personas nos encontramos dentro de un sistema (diferente para cada uno) y existen una serie de funcionalidades dentro de los sistemas que favorecen que podamos dar lo mejor de nosotros mismos: “cuando siento que puedo expresarme, que no se me juzga, que se valora mis ideas y mi ser, entonces me siento confiado en el sistema, capaz de aportar mi punto de vista, comprometido con la organización y las decisiones que se toman en ella al sentirme parte de las mismas.” Me hago cargo de las situaciones y, por tanto, me hago responsable. Todo ello me
permitirá tener vivencias de las que generan bienestar y, además, conseguiré resultados.
En el mundo impredecible, sujeto a cambios rapidísimos y disruptivos en el que nos encontramos y al que las organizaciones se enfrentan, necesitamos personas y equipos capaces de autogestionarse y para ello necesitamos líderes que promuevan y favorezcan ese contexto en el que cada individuo es capaz de poner en práctica todas sus habilidades y competencias relacionales. Contexto en el que, sobre todo, cada individuo pueda sentirse seguro.
Paloma Fuentes